Tenía que ocurrir. Esperaba que fuera más tarde, pero era de esperar que acabásemos afrontando la situación de convivir con las personas de la zona. El ambiente social de la comarca no es muy distinto del de cualquier comunidad aislada de los caminos principales que haya permanecido casi incomunicada en otros tiempos. La despoblación rural ha dejado este lugar casi vacío en favor de la ciudad y este casi marca el matiz.
Siglos atrás las gentes de este sitio vivían en casas aisladas y autosuficientes. El comercio era escaso y los nombres de capitales de provincia sonaban tan exóticos como lo serían New York o Tokio para los europeos de clase media. El aislamiento fraguó una comunidad arisca, desconfiada, trabajadora y poco habituada a protocolos sociales. Las tradiciones pasaban de padres a hijos por pura supervivencia; ya era suficientemente dura la vida como para pensar en bailes o fiestas. Todo esto fue así hasta la revolución industrial, que a Asturias llegó con casi un siglo de retraso y ahí se produjo una aceleración vertiginosa que colocó a quienes no emigraron en la edad moderna.
Ahora hay internet, televisión digital… Las vacas están dadas de alta en una base de datos que mantiene el gobierno, los campos están geolocalizados por GPS, los trabajadores que quedan en la zona visitan las ciudades principales varias veces al día y apenas queda nada de los antiguos habitantes, aparte de sus costumbres.
En esta zona, como en todas las que se le parecen, apenas quedarán varios centenares de individuos, dispersos por un territorio amplio. Todos se conocen, todos se ponen al día de lo último que ha ocurrido y, como en cualquier pueblo, circulan rumores y noticias.
Sólo en la gran ciudad se entiende que cualquiera tiene derecho a habitar en ella. En los pueblos, quien no ha nacido en la zona es un forastero. Ya tenemos experiencia como forasteros; llevamos toda una vida sintiéndonos extraños en nuestra propia casa y a pesar de ello hemos encontrado personas que se han abierto a nosotros; no tantas como cabría esperar, pero las suficientes como para saber que no estamos solos.
La gran diferencia con nuestro entorno actual es que el rural se está despoblando. Seremos pocos y mejor avenidos o, dicho de otro modo, ni nuestros vecinos, ni nosotros seremos tan selectivos como para discriminar a nadie porque nos necesitaremos.
En cualquier caso buscamos paz, tranquilidad, silencio, un lugar donde poder leer, pasear, construir mil ideas locas en un taller, programar un ordenador, cocinar, ver películas, cultivar un huerto, abrir la ventana y ver un paisaje verde, disfrutar la lluvia (sí, sí, he dicho “disfrutar”), el frío, una buena conversación a la luz de la chimenea, hornear el pan de madrugada, calentar el té de la tarde en la cocina de leña, desgranar lentamente los instantes de una vida que se va, saboreando cada minuto y lo que vale… y cerrar los ojos, construir un muro gigante hecho de ignorancia que nos separe del resto del mundo para poder rescatar a su abrigo el sabor de una época que ya no volverá. Básicamente, saltar atrás en el tiempo rescatando las partes buenas de esta época actual, que también las hay, y ser felices, o al menos intentarlo.