Un baño de realidad

Soñar es fácil. Era de esperar que fuera mucho más difícil hacerlo realidad, sobre todo en un mundo injusto en que algunos apenas tienen para comer, otros mueren en guerras estúpidas y el resto mira para otro lado conspirando para que no le arrebaten lo poco que tienen. En esas circunstancias, lo de poner en marcha una segunda casa a más de 1000Km de donde vivimos, con los sueldos que manejamos y las ataduras que tenemos, no iba a ser mucho más sencillo.

Lo primero que me hundió la moral fue ver la casa por primera vez, y no porque estuviese ruinosa (eso ya lo sabía), sino porque todo aquello que había imaginado resultó ser muy diferente en la realidad. Creía que podríamos aprovechar la estructura y que con la ayuda de un par de albañiles seríamos capaces de acondicionar una parte para convertirla en un refugio de vacaciones mientras invertíamos una parte del dinero que tenemos ahorrado en la reforma de la casa principal.

Sólo hay una gotera: El propio techo entero.

En la casa pequeña, la que mejor está en teoría, no se puede aprovechar absolutamente nada del techo, de las paredes, del suelo… Nada. Está tan mal que la única solución era tirarla entera y construirla de cero. En la grande no merece la pena ni hablar.

Con esas pasamos la primera noche, de pesadilla en pesadilla, pensando que a lo mejor merecía la pena perder lo que habíamos pagado de señal y pensar en otro proyecto más adelante. Lo peor no había terminado; aún quedaba ir a ver al notario con que firmaremos la compraventa. La situación burocrática de la casa es correcta, aunque incompleta. Estábamos tan lanzados con la idea de tener la casa que no descartábamos hacer la compra si el vendedor nos daba todas las garantías que pedíamos y si el notario lo veía correcto. Pero tampoco fue así; el escollo está en que esta casa forma parte de una herencia compuesta por un montón de tierras en las que el vendedor tiene vacas pastando. Para una vaca importa poco si hay edificios, si tiene luz, si han puesto una alcantarilla o si tiene agua corriente, pero los humanos somos más exigentes y no tendríamos nada de eso si el vendedor no empezaba por dar de alta la casa en el registro de la propiedad. Es un trámite que podíamos hacer nosotros, pero cabía la posibilidad de que los límites de nuestro futuro terreno estuvieran poco claros para nuestros vecinos y es un problema que no nos correspondía resolver a nosotros. El notario fue tan tajante aconsejándonos que decidimos ser cautos y retrasar la compra lo que hiciera falta.

Una esquina de la casa pequeña

Para terminar de romper el optimismo nos encontramos con un problema que preveíamos, aunque no pensábamos que fuese tan importante: La casa necesita un lugar para evacuar las aguas negras; hasta ahora lo hacía en un pozo en el terreno de enfrente, que pertenece al vendedor, que estaba dispuesto a firmar un contrato para autorizarnos su uso indefinidamente. Sin embargo la Ley actual no permite tener pozos negros sino fosas sépticas, que son una solución más limpia y ecológica. Instalar una fosa séptica es relativamente sencillo y económico (en comparación a los gastos normales de una edificación), pero (siempre hay un “pero”), el vendedor tiene alquilado este terreno al que será nuestro único vecino, con el que no necesariamente nos llevaríamos bien y está en un lugar incómodo para eventuales descargas porque habría que hacerlas con un tractor y un remolque que podrían meterse en un sembrado. Así que propuso cambiar el emplazamiento, junto al camino que está frente a la casa, para que el tractor no tuviera que meterse en ningún lugar conflictivo. Todo era fácil, todo era posible y todo se haría tras la compra. Ahí se nos encendieron todas las alarmas y exigimos que se construyese la nueva instalación antes de firmar nada.

En fin… ahora estamos a la espera del vendedor.

Volviendo al terreno de la rehabilitación, la misma tarde en que llegamos habíamos quedado con un constructor local, al que enseñaríamos el sitio. No hizo falta mostrar mucho; por esas zonas todos se conocen y antes de indicarle cómo llegar, ya sabía perfectamente qué casa era. Nos presupuestó una reparación integral que dejaría la casa como nueva a un precio que no podríamos asumir sin endeudarnos de por vida. A él sólo le salía rentable lo que nos proponía y no el proyecto por fases en que pensábamos, así que no fue difícil tomar la decisión. Lo que nos asustó fue la envergadura de las cifras que manejaba y por eso las pesadillas.

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