Amaneció lloviendo en Asturias. Fue un jueves cuatro de noviembre del año 2020 en la ciudad de Avilés. Nos pegamos un madrugón para tomar el avión y estar antes del mediodía para firmar la compraventa de la propiedad. Con la cabeza llena de dudas y con el objetivo de llegar hasta el final costase lo que costase, nos presentamos ante el notario y firmamos.
La supuesta alegría del comprador era un lujo que no nos podíamos permitir. El peso de las incertezas era muy superior al optimismo; si estábamos ahí era porque queremos creer que al final de todo este camino habrá un futuro que compensará el montón de desvelos que nos tocarán. El primero de ellos sucedió precisamente esa primera noche, dándole vueltas a la cabeza con un asunto tan aparentemente trivial como es el terreno al que la casa deberá verter sus aguas negras. Sin entrar en cuestiones técnicas, resulta que también pertenece al vendedor, que nos ha cedido una generosa porción para que podamos instalar la fosa y cualquier otro objeto que se nos ocurra porque, en sus palabras, ese terreno es como si fuera vuestro. Tengo que decir que, aunque nunca dudaré de su palabra, lo que firmamos ante notario fue un acuerdo personal que sólo nos compromete a los propietarios actuales con él y que no se extiende automáticamente a nuestros respectivos herederos o a posibles compradores de cualquiera de las partes. Luego, en la madrugada de esa interminable noche pude comprobar que hemos dejado constancia suficiente del acuerdo como para que nadie nos pueda negar el derecho a disponer de ese terreno, aunque no es un trato tan estable como una cesión totalmente oficial, que habría encarecido considerablemente la compra y además obligaría al vendedor a realizar otras gestiones igualmente costosas que podrían tener repercusiones futuras.
Resumiendo: Los acuerdos verbales y los contratos privados han sido hasta ahora la moneda de cambio con que se han gestionado suelos y propiedades en ciertas zonas rurales. Tratar de pedir luz y taquígrafos en un mundo aparte como éste es un camino sin salida plagado de obstáculos burocráticos.
En fin. Que ya es nuestra. Hagamos lo que hagamos, ya podemos tener en mente otro lugar en donde habrá (o no) un hogar distinto del actual. Pensé que sería importante registrar esta entrada en el blog.